No puedo escribir. Parece a propósito, la noches como éstas me devuelven siempre el mismo juego, la incomunicación absoluta y el silencio, las palabras se me acumulan, se aplastan unas con otras hasta romperse, no llegan nunca a nada, se desangran y no paran hasta verse muertas. El alcohol me tiene mareado y me apaga los sonidos, me trae ecos, veo la calle apagándose afuera y adentro siento que pasa lo mismo. Llueve. Es terrible inundarse y no poder hacer nada, lo obligan a uno a callarse la boca y a volverse mudo. Son casi las cinco, un auto desconocido me acaba de escupir en el jardín de casa y mamá salió corriendo con los ojos muy abiertos como alguien que espera detrás de la valla de un aeropuerto a un familiar que llega de regreso. Cierra la puerta, está callada y me habla de cerca, cree que no la veo pero se le dilatan las fosas nasales, trata de adivinarme el aliento (es alcohol) pero es inútil, ya casi no le hablo, no puede, se rinde y se acuesta otra vez para encender un cigarrillo con el televisor balbuceando a lo lejos. Lo ve pero no lo mira, traga el humo y piensa. Tengo conversaciones enteras guardadas en la cabeza, fotografìas y libros, Virginia Wolf y Las Horas, cuentos de enamorados cobardes y de amores imposibles, laberintos y destinos inconvenxos. Las piezas no se ajustan, parecen correctas pero a la hora de unirlas no concuerdan. Hoy también me hablaron de la muerte, me interrogaron y tuvieron respuestas. La autoestima, el amor propio, el precipicio frente a mí y la soga (estúpida conciencia) que me sostiene. Un solo paso y estaré riéndome de los años que no vendrán, un paso más y seré yo de nuevo. Polvo, comida de gusanos, aire, un pájaro en pleno vuelo (gracias Najera) Tengo la estúpida idea de perderme, de viajar hacia mis entrañas y caminarme hacia adentro, recorrerme, buscarme en mí. Tengo el impulso de romper el boceto de vida que tengo porque es ella la que me posee. Mi vida nunca fue propia, yo soy el esclavo...ella siempre fue la dueña.