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Me volví a cortar el pelo. Corto. Como antes cuando Rumi me decía hola peladito y me pasaba la mano y decía que así me quedaba mejor. Hacía días que lo quería hacer, supongo que tenía que pasar algo que me diera el impulso. Lo lamentable es que el impulso siempre sea consecuencia de cosas malas. Cortarse el pelo es como una descarga, mamá dice que cuando una mujer está en crisis lo primero que hace es meterse en una peluquería. Eso o salir corriendo a comprarse cosas. El olor de los shoppings debe tener propiedades antidepresivas, la verdad no lo sé. Pero lo del pelo es diferente, yo creo que se parece más a un castigo. Cortarse el pelo muy corto y vestirse de negro. Siempre relacioné esas dos cosas, aunque en realidad una no tenga que ver necesariamente con la otra. Castigarse, como ponerse aros y que nos guste que nos duela. Por eso cuando nos ponemos uno SIEMPRE volvemos a ponernos otro, ciegos y borrachos de curiosidad, entregados a la emoción de ir a que nos den la cuota que nos corresponde de dolor. Como apretarse la herida que sangra o sacarse la cascarita de la rodilla lastimada o comernos las uñas hasta que nos empecemos a morder los dedos. Hacerlo y reirnos solos, estúpidos y felices, de lo mucho que nos dolió. Yo igual lo único que quería decir es que me corté le pelo. Supongo que ya recibí mi merecido por seguir siendo tan idiota. Qué día horrible. Los planetas parecen alinearse en mi contra. La decepción y el invierno son brutales. La cama destendida, la música, las horas, un te quiero en el celular, Plutón a lo lejos dándome la bienvenida y unas ganas terribles de abrazar.