Pasa que de golpe el sol sale a borbotones y todo el cielo se llena de arcoiris enormes y de colores azules y celestes y dorados y a todo el mundo le parece novedoso y salimos corriendo a las puertas de las casas a mirarlo todo con las caras deformes de tanto sonreir. Pero no, porque resulta que uno ya perdió la costumbre y la luz parece un rayo filoso cortando las pupilas por la mitad y a mí me dan ganas de correr lejos de la gente que mira y de taparme con la sábana más oscura que tengo en casa y hacerme un nudo en la cama y cantar canciones tristes que me sé de memoria. Y no me importa nada la novedad ni el sol ni los arcoiris ni la gente que habla. Nada. Hasta que me acuerdo de lo lindo que era mirar ese cielo dorado. Y entonces me agarran unas ganas terribles de destaparme y de que la cama se me convierta en nube y salir volando como bjork en ese video y gritar porque no puedo escribir, porque uno nunca puede escribir cuando está feliz y pintar con fibras todas las paredes de casa con más nubes y pájaros y soles. Muchos soles. Hasta que se haga de noche para ir desesperado a buscarte bajo la luz de neón que se enciende cuando pienso con mucha fuerza en tu mirada y en tu nombre y verte la cara encendida, enorme y hermosa y mirarte con ojos de vamos a dormir que nunca es a dormir sino a otra cosa. Y hacerme el dormido para abrir los ojos con cuidado y mirarte tendido sobre un cosmos de estrellas que brillan y de planetas que son como esferas enormes de cristal que flotan, tranquilo como un niño borracho de felicidad, profundamente complacido cuando recuesta la cabeza sobre el hombro de la madre y se queda dormido. Y te miro mucho y me rio. Me rio. Y me aferro a tu imagen para reternerla porque estas cosas novedosas son así y se que te vas a ir, que no va a haber buen dia, ni cepillarnos los dientes juntos ni café con leche frío con vos mirando por el balcón. Porque no van a haber canciones de Bjork al otro día. Ni luces de neón ni esferas de cristal flotando sobre algún cosmos encendido. Ni vos.