Antes y después del chocolate

Lo peor de todo son los después, cuando entendemos que los fuegos artificiales no eran tan divertidos como creíamos que iban a ser y qué olor a pólvora y què repetitivos y chau, me quiero ir a casa y no volver. Lograr hacer realidad un deseo casi nunca es tan divertido como todo el mundo cree que es, como pasar toda una semana deseando comer chocolate y terminar en cama con un dolor de panza terrible por culpa del puto chocolate. Se necesitan años de prueba para entender que no hay peor manera de matar los sueños que hacerlos realidad pero también es verdad que no hay otra manera de crecer. Después tratamos por todos los medios de soñar sueños más reales, tratamos de aferrarnos a posibilidades más accesibles o más verosímiles y lo construimos todo con una materia prima diferente. Entonces lo importante no es querer despertar y encontrar al lado nuestro a la persona que amamos con cara de ángel y oliendo a rosas porque uno aprende que desear que eso pase y fracasar es lo mismo, nadie amanece en medio de una aureola blanca y menos oliendo a flores. Después de varios fracasos inevitables los grandes nos limitamos a ser concientes de que lo que realmente importa es despertarnos y encontrar a la persona que amamos, con la cara hinchada y el pelo irreconocible, víctima de una noche de desvelo o de un sexo lleno de falencias y de defectos pero profundamente concientes de que NADIE jamás, en todo el universo, hubiese podido ocupar su lugar.