lunes

La fotografía se ha convertido para siempre en el motor de mi vida. Con Gabriela hablábamos una vez sobre nuestras grandes pasiones y le dije "yo puedo no tener ganas ni de pestañear un día, pero nunca pierdo las ganas de apretar el botoncito de la cámara". Y debió haberle parecido lindo porque me sonrió.
A veces no puedo levantarme de la cama y miro el día escurrírseme de la vida completamente vacío de mí. No sólo invisible e improductivo para el mundo. Serlo también para todo un país entero, para toda una ciudad. Un departamento vacío para mis vecinos. Ni unos pasos hasta baño. Ni un poco de agua corriendo en el lavamanos. Ni un correr de muebles. Nada. Entonces unos niños gritando afuera o un sueño inexplicable, madera y la posición de unas manos hermosas tatuadas de poesía. Y me levanto enseguida a anotar la idea y planeo el encuadre y el color de las cosas y cómo la luz debe ser más dura o más suave.
Pasa entonces que se me enciende la maquinaria y todo adentro parece ponerse a trabajar. Sin querer. De manera involuntaria. Como respirar. Como eso que dicen que uno siempre se despierta de la pesadilla cuando está a punto se morir.

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