sábado

Me fui del Rex con la cara del niño anfibio grabada en ese aplauso final, de brazos extendidos, definitivo, con los ojos cerrados y todos los poros de la piel abiertos. 
Y a vos te miraba de reojo y me reía. Y aplaudía para que vos aplaudieras también. Y me paraba y un par de veces lloré, quietito, para que no me descubrieras.

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