domingo

Los perros van al cielo?

Cuando el perro apareció todos los que estábamos en la vereda dejamos de movernos y automáticamente los más grandes nos miramos entre nosotros. La reacción fue instintiva y veloz y sin que me dijeran nada entré corriendo a buscar agua. Tenía sangre en una pata y la llevaba inmóvil, tratando de no apoyarla, parecía una fractura, así que todos supusimos que venía cargando con un dolor tremendo. Pasó por al lado nuestro para irse a echar en la sombra de la vereda de enfrente y ahí se quedó. Traté al perro vagabundo como trataría en las mismas condiciones al mío y después de acercarme con cuidado, acariciándole el lomo, me lamió la mano y tomó un poco del agua que le había llevado en el primer envase grande de plástico que encontré. En la otra vereda los chicos miraban expectantes, con los ojos grandes y las caras llenas de novedad, todos amontonados, como si a mi regreso les fuese a dar algún diagnóstico. Pero el perro no se movió y se quedó un rato larguísimo ahí. Seguía agitado y aún cuando estaba acostado se lo podía ver respirar muy rápido. Nadie dijo una palabra, hicimos silencio y todo alrededor se cubrió de una energía muy extraña, como si hubiésemos estado cumpliendo un luto necesario. El veterinario más cercano pedía dinero por el auxilio médico y juro que si lo hubiese tenido lo hubiese pagado. Le hablamos del perro, del dolor y de la sangre y nos dijo que iban a hacer todo lo posible pero Rumi y yo sabíamos que si no pagábamos nada iba a suceder. Con los bolsillos vacíos y resignados vimos al perro levantarse a duras penas y alejarse con la pata herida. Los niños ya se habían olvidado, volvieron enseguida al triciclo y a la gelatina, pero Melu lloraba y trataba de verlo a lo lejos, inquieta y preocupadísima. Por qué no vienen los médicos? protestaba en medio del llanto, y nosotros ya ni siquiera hablábamos porque sabíamos lo inútil que era tratar de explicarle a la nena lo que ni siquiera nosotros podíamos entender. Durante los últimos momentos de sol todos se fueron yendo, Rumi y Melu me acompañaron a la parada del colectivo y en el trayecto la nena seguía hablándonos del pobre perro. Finalmente, después de un silencio larguísimo me miró con los ojos màs tristes que ví en mi vida y me dijo: Kenny, los perros van al cielo? La garganta se me cerró y no me animé a contestarle. No pude ni mirarla a la cara, traté de sonreir y hacerme el fuerte como hacemos en estos casos los grandes. Pero adentro mío el dolor fue mayor.

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